NOVELAS

EL DIA ESPERADO

“Treinta y tantos años, dios mío, como ha pasado el tiempo volando” – Fueron las primeras palabras a la luz del día de Fernando, quien aún en cama, no dejaba de mirar los rayos del sol que se filtraban por la ventana de su habitación, en el apartamento 23 del  sexto piso del Edificio Versalles.

   “Cuantas veces pensé que el tiempo sería eterno”, - meditaba aún bajo las sabanas.  Como era su costumbre, dormía completamente desnudo, luego de su divorcio con su segunda mujer.  Aquella fémina le había completamente exasperado con tantas reglas y restricciones, que la separación vino a ser una bendición para su ansiada libertad, aunque la soledad era la contraparte menos satisfactoria para un hombre que dependía como un chaval de su compañera de vida.

  El sonido ensordecedor de los vehículos transitando en el angosto boulevard que atravesaba el costado del Edificio, no le distraían de sus pensamientos.  Se preguntaba, “soy buen mozo, aún no tengo canas, tengo una energía envidiable y no gano tan mal”, esbozó una sonrisa, al recordar que su quinto trabajo de medio tiempo como administrador de una tienda de productos eróticos, no era precisamente una fuente inagotable de ingresos, “no, claro que no, pero al menos tengo lo suficiente para mi solo”.

  De pronto, se apresuro a inclinarse a un costado de la cama para buscar debajo de ella una caja mediana.  De su interior extrajo un objeto envuelto en papel de celofán. “Mi amiga, mi bella amiga nocturna, la que jamás me falla ni tampoco me exige con tono desafiante que lo hagamos tantas veces, nunca te he escuchado referirte a mi como un tipo que no sabe satisfacer a las mujeres y lo mejor es que no te esfuerzas en  fingir orgasmo alguno conmigo, tú si realmente me haces feliz”

   Comenzó a desenvolver el papel, mientras poco a poco con sus manos iba develando su contenido, asomando tímidamente unos vellos finos.  Como reviviendo una grata experiencia, su respiración iba en aumento, el brillo en sus ojos y la felicidad que expresaba su boca, casi al mismo tiempo liberó un fuerte torrente sanguíneo a su entrepierna. Finalmente, la vagina artificial estaba frente a sus ojos, deslizo como un niño rápidamente las sabanas con sus piernas y de repente, levanto aquello que representaba un deseo interno por unos segundos en el aire y luego lentamente se lo llevo al pecho y cerró sus ojos. “No, tú jamás serás ella, imposible que puedas reemplazar sus sonrisas, el aroma de su cabello, la suavidad de su piel y los besos que sus dulces labios impregnaron en mi, la miel del néctar de las rosas, lo siento, mi amiga, pero tú eres solo un sueño y ella una realidad”

    El reloj despertador anunciaba que era hora de levantarse y salir del estupor que aquellos pensamientos le habían provocado. No fue casualidad que el teléfono celular sonará, pues era una tradición familiar que sus padres y su hermano mayor y la hermana menor le llamaran para felicitarlo por su onomástico. En esta ocasión era su hermana menor, quien estaba casada con un médico ginecólogo, a quien por cierto, no era de su agrado, pero por ella aún era capaz de hablarle. “gracias hermanita, eres tan amable como siempre, claro que si, pueda que vayamos a almorzar para celebrar pero el cuñado paga la cuenta, es broma mujer, pero me agrada recibir tu llamada” La conversación finalizó muy amena y con la promesa de verse al mediodía, lo cual realmente no le era de su agrado considerando que estaría su cuñado y siempre el tema que éste saca a relucir se relaciona con su vida personal.

    Casi sin ganas, se puso de pie, se fue a la desordenada cocina y mientras buscaba entre la pila de platos sucios en el lavatorio, escuchaba fuertes ruidos en el pasillo exterior. Se oía cajas caer una y otra vez. Un tanto curioso y sin que nadie advirtiera, corrió el pestillo de la puerta y la abrió sigilosamente, en un ángulo suficiente para enfocar su vista a la puerta del apartamento frente al suyo.  Una mujer, de unos cuarenta y tantos años, inclinada para recoger una caja de mediano tamaño, era la causa del ruido.
 La falda corta, color azul, dejaba ver una redondez, que gracias al corte al final de la prenda, permitía observar más allá y descubrir que la depilación era incompleta. Sus ojos no se apartaban de la figura de la mujer. Mientras, ella buscaba como acomodar otra caja pequeña sobre la primera, por lo que al virarse, su escote simplemente era un amplio estadio que invitaba a cualquier espectador a disfrutar de dos grandes gotas de frescura en una libertad absoluta de movimiento.

      Unos pasos se escucharon venir por el pasillo, él con una habilidad propia de un cirujano cerró la puerta y excitado dio la espalda a la misma. Aún aquellas imágenes pululaban en su mente, como algo mecánico su mano derecha se dirigió a su entrepierna, y cerrando los ojos evitando dejar escapar alguno de los cuadros en tercera dimensión que llegaban al cerebro del contorno femenino que había presenciado, dejo exhalar su autosatisfacción a un ritmo armónico de una sinfonía en ascenso.  No había más en ese momento que una película, cuyo director, productor y protagonista era él y aquella misteriosa mujer. Como era de esperarse, dentro de esta reproducción fílmica, la puerta se abría, él desnudo se aproximaba a aquella dama, y sin aviso alguno le levantaba la falda aún cuando ella se mantenía inclinada buscando la caja pequeña.  La pequeña pantaletas color beige, fue deslizada suavemente a los tobillos sin que la mujer se inmutara y él la penetró con suavidad mientras se inclinaba sobre la espalda de ella y sus brazos alcanzaban el escote.
 Poco a poco fue forzando la blusa a cada lado para liberar los colosos de la dona inmóvile y apretarlos con el ímpetu de un amante deseoso de poseer lo prohibido. El corazón se aceleraba al compas del tambor de guerra, lo que le obligaba a redoblar marcha en la danza del gozo y el placer.

    Ese ruido del tambor se hacía cada vez más real cerca de sus oídos, cuando la fuerza del sonido le hizo despertar y darse cuenta que alguien golpeaba a su puerta. Rápidamente corrió al dormitorio en busca de una pantaloneta mientras gritaba que pronto atendería. En un instante regresó semi desnudo a la puerta y por un momento respirando para controlarse, abrió la puerta.  Ante él, se encontraba aquella misteriosa mujer de estatura mediana, blanca como la nieve, de cabello rojizo y ojos verdes, con una leve sonrisa en sus labios. “disculpe, acabo de mudarme al apartamento contiguo, y como tengo un pequeño problema con una gaveta del armario, me preguntaba si usted tendría un martillo que me pudiera permitir”.

 Aquella aparición le dificultaba articular palabra alguna, y como si evitara que la dama supiera que sus aterciopelados senos fueran el motivo de su recién excitación, apartaba la vista de la mujer. “¿martillo? ¿Un martillo? Déjeme pensar, creo que si, creo que por algún lado debo tener algo así” 

    Un poco nervioso ingresó nuevamente a la cocina, sin percatarse que la misteriosa mujer, se había auto invitado a entrar al apartamento, y lo había seguido hasta el umbral de la cocina. “Que cosa más rica me voy a desayunar” pensando en la fastuosa dama que colmaba sus pensamientos. “¿Aún  no desayuna?” Le preguntó como si pensará que lo dicho por él era parte de una conversación entre ambos. “Dios mío, casi me mata del susto madam”, fue su reacción  al advertir la presencia de ella detrás de él. “Disculpe si lo asuste” fue simplemente su respuesta.  Él ya había notado que su falo se encontraba aún como punta de iceberg, por lo que con una agilidad de mago, se apoderó de una cacerola para ocultar su miembro viril.

 Ella, aún no lo había visto, e inocentemente como para disminuir el atrevimiento de su incursión en la habitación, le quitó la cacerola. “Permítame, creo que esta me servirá para hacerle un par de huevos, claro, si tiene” Él inmediatamente busco refugio detrás de una de las sillas de la mesa, “claro, que tengo un par de huevos…en la refrigeradora”  Ella se dirigió al electrodoméstico, mientras él en un rápido movimiento tomo un vaso con agua y se lo vertió en el rostro. “¿se siente bien?” fue la pregunta obligada de ella al verlo empapado. “Es el calor, ¿no lo siente?, hace mucho calor, será mejor que abra las ventanas”, acto seguido corrió las cortinas y abrió la ventana, con la satisfacción de haber adormecido la serpiente como hábil encantador de la India.

    “Perdone tanta molestia, no lo conozco, ni tampoco usted a mi, pero desde que me separé de mi esposo, solo he tenido en la cabeza mudarme lo más pronto posible, y ahora me siento muy feliz de estar haciendo las cosas por mi misma, y me he dado cuenta que todo inicio es muy difícil, porque Félix…ese es el nombre de mi esposo, era quien realmente hacía todo en casa, incluso cambiar un bombillo de la cocina” Totalmente boquiabierto, él no dejaba de observarla, como si el rostro de ella fuera un boceto de Leonardo Da Vinci o Buonarroti, simplemente estaba absorto como un chaval atendiendo las instrucciones de una profesora.
 “Oh, disculpe, sé que hablo mucho, ya debo tenerlo aburrido con mis asuntos, pero no se preocupe no volverá a suceder”, hasta incluso la forma de cómo ella se disculpaba era música celestial en sus oídos. “No, no, no tiene por qué, me parece que es una forma de poder conocernos” Ella sonrió ante tan encantadora respuesta y continuó frente a los hornillos de la cocina moviendo los dos huevos de él.

    “¿Pudo encontrar el martillo?” preguntó para iniciar una nueva conversación. Él ya más calmado nuevamente comenzó su búsqueda debajo del fregadero.  Ella poso sus ojos en la amplia y morena espalda de él, llena de sudor, pícaramente sonrió, pero no dejaba de recorrer con su mirada la costura de la línea de la cintura y como exploradora, se olvidó del arte culinario, y el destello de sus ojos dio lugar a una sensación jamás experimentada. Por un momento aquel momento se detuvo en el tiempo, alrededor de ella se irradió un halo de colores y sus brazos se soltaron a cada lado de su cuerpo, mientras el ritmo de las caderas de él invitaban a su lengua mojar los labios.


 Sus pezones no soportaban el roce de su vestido, le incomodaba, por lo que despacio jaló su blusa hacia abajo para liberar esa presión que salieron ambas a flote al exterior, y como en un embrujo su mano derecha débilmente las incursionó, provocando que cerrara sus ojos y las imágenes vinieran como torrentes de agua cuadro a cuadro. Ella se inclinó, para bajarle la pantaloneta, sus pechos como esponjas absorbían cada gota de sudor de la espalda, mientras sus labios buscaban el refugio de su cabello, besándolos mientras sus manos jugaban en la entrepierna de él, ella se sentía extasiada, húmeda, vibrante. “Lo encontré” fue el grito que la saco de ese trance y nerviosamente acomodaba su blusa.

Continuara

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